Estoy en Madrid porque acabo de recibir el premio Yo Dona a la Labor Humanitaria. Me parece un lujo. He tenido muchos títulos, pero este va más allá.
Quizás este premio ha significado disfrutar de la mejor noche de mi
vida, aún más que el día que recibí la corona de miss. Hablar con
propiedad de mi país ha sido la mejor experiencia que he tenido, aunque
sabía que mientras yo daba el discurso muchos venezolanos estaban en las
calles protestando bajo las bombas lacrimógenas. Es triste y quisiera
ver a Venezuela muchísimo mejor, pero no creo que se estén dando los
pasos necesarios para lograrlo, sino todo lo contrario. Vuelvo porque
estoy sola, pero si en el futuro formo una familia no podría quedarme
allí, publica El Mundo de España.
Mi historia es sencilla. Soy nieta de exiliados franquistas porque mis abuelos paternos se fueron a Venezuela desde Galicia, mientras que por parte de mi abuela huyeron de la II Guerra Mundial desde Rusia y Polonia para construir su hogar. Mi abuela trabajaba como empleada doméstica
en diferentes casas y mi abuelo era carpintero. Fueron formando su vida
después de la separación traumática de sus seres queridos y siempre se
han sentido venezolanos y agradecidos. De chiquita aprendí de las
enseñanzas de mis abuelos paternos, al ver cómo salieron adelante de una
forma muy dura. Ahora nadie los mueve de su barrio. Ellos dicen: “Aquí
llegamos, aquí nos morimos”. Mi abuela cuando ve las noticias
de Venezuela comenta: “No quiero que a ustedes les pase lo que yo viví y
que una guerra les separe de la familia”. Siempre nos inculcaron el
valor de amar a tu país, a tu ciudad, y más cuando a los 16 años me
marché a buscar mi sueño de ser miss.
A ese sueño mi papá se opuso siempre. Él me decía: “No quiero que
seas una miss, ponte a estudiar, que eso es lo que te va a quedar en la
vida, la belleza pasa…”. Pero poco a poco le convencí de que todo era
temporal y de que volvería a estudiar, y me dejó con el compromiso de
que tenía que regresar a realizar mi actual carrera de Comunicación Social. Con su permiso llegué a ser Miss Venezuela
y me fui a vivir a Caracas. Recuerdo que cuando gané el título de Miss
Universo y tuve que irme un año a Nueva York se le caían las lágrimas.
Pero ahora mis padres se sienten orgullosos. De hecho, tienen una pared
con todos mis reconocimientos con un hueco libre para colocar mi título universitario.
El día en que gané la corona de Miss Universo Hugo Chávez me llamó muy diplomáticamente para
felicitarme y decirme que era un orgullo que yo fuera la representante
de Venezuela en el exterior. Recuerdo que fue una llamada corta y, como
el vestido que llevaba para la ceremonia era rojo, mucha gente comenzó a decir que yo era Miss Universo Chavista, pero les tuve que responder: “No, señores, yo soy Miss Universo de Venezuela y represento a todo mi país”.
Hace unos meses, en febrero, cuando se iniciaron las marchas de los universitarios
venezolanos, salí a las calles con ellos para pedir respeto a la vida.
Queremos ir a la universidad tranquilos y que no nos atraquen, que no
nos violen y que no nos maten. Fue así como comenzaron las protestas.
Estuve en esa marcha del 12 de febrero y cada vez que puedo salir a las
calles lo hago. A las primeras demandas se fueron uniendo nuevas
reivindicaciones, como las protestas por la escasez y
el deterioro económico. Después de las marchas, cuando llegabas a casa y
prendías la televisión oficial te contaban que no había pasado nada.
Todo estaba censurado, pero por las redes sociales sabías que, por ejemplo, había habido muertos en las calles.
Tengo claro que mi primer derecho como ciudadana es que me respeten
la vida. No es una cuestión de seguir a un dirigente político sino de
una exigencia. Por eso el día que me escribió el fotógrafo Daniel Bracci
para preguntarme si estaba interesada en aparecer con otras 120
personas en una foto para una campaña llamada ‘Mordazas en Venezuela’, le dije que sí. Que estaba dispuesta a ayudar a mi país y entregaba mi voz y mi imagen para que el mundo nos escuchara.
Y así lo hicimos. Fue una campaña impactante que, sin embargo, se
planificó de un día para otro. Recuerdo que me acerqué a su casa. Me
puso junto a una pared blanca
después de mover los muebles. El fotógrafo tenía la soga, la pintura,
el maquillaje y la corona. Dos días más tarde la campaña saltó a la Red.
Yo metí mi foto en el chat y al rato mis padres me llamaron asustados, pensando que
me habían secuestrado. Tuve que pedirles perdón por no avisarles pero
comprendieron que era mi aporte para Venezuela, que no lo había hecho
obligada, que me salió del corazón y que no sabía que iba a causar tanto
impacto, porque me llamaron de Perú, de Brasil, de Chile, de Grecia o
de España. Logró el alcance que queríamos y demostramos que no hay que
ponerse la venda en los ojos, porque estamos mal y seguimos estando mal.
Tengo 23 años, no soy política, pero sé que sufro inseguridad. No es lógico estar todo el día
con personal de seguridad alrededor y un coche blindado. Tampoco es
lógico pasar cuatro horas en el supermercado para comprar pollo, crema
dental o papel higiénico. No puedo decir que los gobiernos anteriores
fueran mejores o peores, pero ahora como ciudadana veo que algo no
funciona y la gente se está dando cuenta de esto. Chávez era un líder con un gran nivel de popularidad porque unió a una clase que quizá antes estaba olvidada, y eso es aceptable. Pero hoy en día se siente tristeza en las calles, se siente que los sueldos no alcanzan y la gente está frustrada porque no puede comprar leche a sus niños. Y supongo que el problema de fondo es que es un gobierno de 15 años. Y los cambios solo se ven cuando cambian los gobiernos.
Definitivamente, hay algo
que no está funcionando, porque una cosa es el discurso de los
mandatarios y otra lo que hacen. Se pasan el día hablando de paz en la televisión nacional mientras tienen reprimida a la gente en la calle. Si hablas de paz has de practicar la paz.
Las mujeres venezolanas tenemos el arma de ser reconocidas internacionalmente por los concursos de belleza
y podemos convertirnos en portavoces de lo que nos está pasando.
Pretendo mostrar algo más allá de la frivolidad y superficialidad de los
concursos de belleza. Quiero dejar el miedo a un lado y siempre poner por encima mis valores a pesar de
todo, a pesar de ese temor que puedes tener. Sé que cada uno desea
proteger a su familia, pero luego vendrá otra generación y ya sabemos
cuál es el país que les estamos dejando a nuestros hijos y nietos. Hay que arriesgarse.
Recuerdo que cuando apareció mi foto unos se sintieron orgullosos,
otros en desacuerdo y otros me dijeron que como miss debería mostrar
solo la parte bonita de Venezuela. Es un país maravilloso, con
desiertos, playas, montañas, pero ¿de qué nos sirve si matan a una miss
como Mónica Spear haciendo turismo en su patria? ¿Cómo voy a promocionar
que la gente del
extranjero vaya a hacer turismo a mi país y termine como Mónica o como
ese empresario alemán al que mataron hace unos días a la entrada de un
lujoso hotel de un tiro en la cabeza para robarle? Hace no mucho asesinaron a dos amigos de mi novio
en El Ávila, una montaña cercana a Caracas a la que se va a hacer
deporte. Al día siguiente fui al funeral con sus hijos de cinco años
enterrando a su papá y te das cuenta de que no hay derecho.
Venezuela es para mí el mejor país del mundo, con un clima
maravilloso, pero sin seguridad no puedo promocionarlo porque uno puede
terminar mal. Por eso tengo miedo. Es inevitable. Cuando estoy allí no salgo.
Antes iba, como mucho, al cine, pero ahora atracan también allí.
Comprendo que vivo en una guerra y eso me obliga a estar encerrada. Cada
uno se construye su propia cárcel, que es su casa, mientras los
delincuentes están en la calle libres. Por eso venir a España y pasear
me resulta un lujo.
Testimonio recogido por Ramón Arangüena.