“Blancanieves”, un cuento que puede hacer leyenda
Érase una vez una película que no podía hablar, que no tenía color y nadie quería producir. Un día, la Academia de Cine la miró al espejo y descubrió que era la más bella del reino, su candidata al Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Como buen cuento, ¿tendrá “Blancanieves” final feliz?
“Aunque no lo parezca, todo ha ido a favor en esta película”, decía en San Sebastián Pablo Berger, el hombre que creyó en el sueño. Y, poco días después, su peculiar adaptación del cuento de los hermanos Grimm se acercaba un poco más a ese Óscar que no recae en España desde 2004, cuando ganó “Mar adentro”.
El cuento de “Blancanieves” tiene un comienzo feliz, porque ya está llena de éxitos y méritos el mismo día de su estreno. Pero, ¿conseguirá que el final también lo sea y sus responsables vivan felices y coman perdices en Hollywood?
El “aunque no lo parezca” que decía Berger se refiere a que, en ese circo que llevaba intentando montar desde 2005, cuando parecía que por fin iban a rematar el número final, un triple salto sin red, le crecieron los enanos. No los del cuento, que no han crecido sino disminuido de siete a seis, sino los de la trasgresión de la propuesta.
“The Artist”, el proyecto de Michel Hazanavizius que también apostaba por el cine mudo como vía de innovación, triunfaba en Cannes en mayo de 2011 y, diez meses más tarde, se convertía en la primera película silente en ganar los Óscar desde 1927.
Primer factor sorpresa, eliminado, aunque también es cierto que el público ha perdido el miedo a un concepto tan añejo aplicado al siglo XXI.
Por otro, las “Blancanieves” se multiplicaban en Hollywood. Una con Julia Roberts como madrastra. La otra con Charlize Theron. Pero la tercera, la española, andaluza y “top model”, ha conquistado más que todas ellas con los rasgos de Maribel Verdú. “Ha tenido que llegar un director de Bilbao para hacer la mejor de todas”, bromeaba la actriz también en San Sebastián, donde la cinta podría ganar mañana la Concha de Oro.
Pero Berger, que había debutado con “Torremolinos 73″, tiene la tranquilidad de que la verdadera sorpresa de “Blancanieves”, la que ha hecho a los académicos elegirla entre “La artista y la modelo”, de un valor tan seguro como Fernando Trueba, y “Grupo 7″, el vibrante policíaco de Alberto Rodríguez, es que su resultado final, que solo consiste en llegar al corazón del espectador, es deslumbrante.
Esta Blancanieves, interpretada por Macarena García, es española, andaluza y torera para más señas. Y no necesita espejos aunque sí cae tentada por la manzana envenenada. Su padre sigue vivo, aunque postrado en una silla de ruedas y con el rostro de Daniel Giménez Cacho. ¿Qué clase de cuento es este? Su director prefiere definirlo como una paella, con el arroz bien al punto y muchos ingredientes.
Melodrama familiar lorquiano de caracteres femeninos enfrentados y muertes trágicas; terror gótico, por momentos expresionista alemán -el director supo que quería hacer un filme así tras ver “Avaricia”, de Stroheim-; algo de sainete alrededor de una plaza de toros y un poco de feísmo buñueliano en esos enanos que tienen algo de “Los olvidados”. Emplatar y degustar.
Pero, sobre todo, tiene el ingrediente estrella en la emoción, que surge en ese juego retórico entre la fábula y una realidad poco mágica, que regala un desenlace amargo y poético que abre la película al juego de espejos (aunque no sea el del cuento) y la interpretación múltiple.
¿Será suficiente para Hollywood o pensarán que ya les han contado suficientes cuentos? La villana, en esta ocasión, se puede llamar “Intocable”, que podría devolver a Francia el Óscar que no gana desde “Indochina”, en 1992, o “Cesare deve morire”, de los hermanos Taviani. O quizá la “No”, del chileno Pablo Larraín. Pero “Blancanieves” puede mirarse desde ya al espejo con orgullo y sentir que, en cualquier caso, su cuento ya es leyenda.