Ciudad Bendita.
1948. Llega a la quinta Teresita en la Avenida Principal de Las Luces, en la parroquia El Cementerio, Caracas, Venezuela. Cerca del Edif. Ramírez, a donde luego se mudaron él y su esposa Antonia Valero Martín.
Ese es mi abuelo, Bautista Valero Villasclaras, andaluz de nacimiento y venezolano por convicción. Nunca quiso nacionalizarse pero siempre tuvo el corazón en Venezuela, aunque su cédula amarilla nos recordaba que nunca abandonaría quién era ni de dónde venia. Siempre fue un musiú, un extranjero.
Bautista era tartamudo, moreno gitano por el sol del barco donde trabajó muchos años como marinero. Llevaba un tatuaje de Popeye en su brazo derecho; hecho con agujas no esterilizadas en uno de sus viajes por alta mar. Vivió la guerra civil española completita al igual que Antonia, mi abuela. Cada vez que Bautista tomaba dos brandis de más, o en su defecto dos rones, hablaba de sus días en los campos de concentración y Antonia, mi abuela, hablaba del pan que mojaban con ajo y repartían entre varios hermanos; así como la papa guisada picada en muchos pedazos y el caramelo repartido en porciones muy pequeñas a todos los niños para que durmieran tranquilos.
Cuando yo llegué al mundo Bautista ya no vivía en la Parroquia del Cementerio, pero al menos tres veces por semana visitaba el lugar donde comenzó su sueño de vida en este país. Iba a comprar cualquier cosa para el hogar al Gran Mercado del Cementerio, muy cerca de su primera casa (nunca quiso desligarse de ese lugar). Jamás logró dejar la manía de guardar papel toillet, enlatados, aceite y muchos etcéteras alimenticios (cuestiones de guerra) en un depósito que quedaba debajo del Edif. San Bartolomeo, donde terminó sus días e hizo su familia, aquella en la que con orgullo me tocó nacer.
Cuando Venevisión, junto a Leonardo Padrón, me invitan a protagonizar una telenovela llamada “Ciudad Bendita”, las primeras escenas se filmaron justamente en ese lugar, en la Parroquia El Cementerio. Se grabaron en un mercado de buhoneros muy bien organizado, distinto al de mi infancia pero que no perdía su verdadera esencia. Es por esa telenovela que compongo mi canción “Ciudad Bendita”. Después de varios intentos fallidos me compré un cuatro y salieron las primeras notas, los primeros versos: “Desde las mejillas de una inmensa montaña van bajando los sueños y toda la gente que los acompaña”.
La imagen me quedó grabada, muchos seres humanos bajando de la montaña, casas pintadas de ladrillo con un sueño que no paga impuestos, arriba de esa carretilla baja la necesidad de trabajar y crecer “Pa’l que trabaja tiene sentido la vida”. Así nació “Ciudad Bendita”, de mi abuelo Bautista, de la Parroquia El Cementerio. Luego el tiempo me llevó por ciudades latinoamericanas, las cuales me gritaron en la cara que eran tan benditas como mi Ciudad Bendita, Caracas. Latinoamérica está llena de ciudades como ésta. Nunca pensé que algo que creé basado en la inocencia de un recuerdo infantil podría coincidir con tanta gente, con tantas ciudades, con tantos corazones.
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